
Un gimnasio es una pequeña comunidad, donde la consigna es sentirse mejor con el propio cuerpo. Hay allí personajes que suelen repetirse. Ahí vamos:
Narciso: Fisiculturista que busca mil modos supuestamente sutiles de estar siempre viéndose en los espejos del lugar. Sonríe como en una publicidad de dentífrico y dramatiza sus esfuerzos al levantar pesos con desesperados gritos que hacen pensar que está en pleno trabajo de parto. Está mínimo dos horas diarias, pero porque le cuesta salir y dejar de verse hasta llegar a su casa.
Pura esperanza: Hombre o mujer definitivamente hechos mierda, a los que uno tiene ganas de acercarse y decirles: "Che, no sean boludos, no pierdan tiempo acá, váyanse a seguir comiendo pizza y tomando birra". Se hacen bosta en todos los ejercicios, y jamás mejoran una mísera micronésima en algo. Pero entre sus amigos, ellos dicen "¡Faaaaa, cómo me siento ahora que voy al gimnasio!".
Full paxa: Uno no sabe para qué va. Generalmente son pibes obligados por sus padres, podridos de verlos todo el día tecleando en la compu o mirando MTV. Tienen una paja del tamaño de Asia. Se mueven de un sector a otro con la velocidad de un caracol con acoplado. Dos abdominales, 40 segundos de cinta y después a elegir temas en la radio.
Los relatores: Pueden ser tipos o minas. Llegan, y hablan a los gritos durante una hora, antes de su rutina de ejercicios de 10 minutos. En su voceo, relatan la salida del fin de semana, la visita al médico o la apasionante trama de Duro de Matar XIV. Un día escuchamos que dicen "¡¡¡No voy a poder venir más porque me voy a vivir a Buenos Aires!!!", y todos los demás saltamos espontáneamente de nuestros bancos y nos abrazamos.
Los DJ's: Uno llega y, oh maravilla, el vago del gym puso rock nacional en el equipo de audio. Pero después llega el boludo que se autoasignó el rol de ser el que sabe elegir "buena música". Y ahí desfilan todos los grupos de mierrrrrrda que hacen marcha y abominaciones similares. Tienen suerte. Nunca el gimnasio queda tan vacío como para estrangularlos con la barra cuando hacen pectorales.
La deseada: No se sabe bien por qué, pero los gimnasios suelen llenarse de bagres. Sin embargo, entre toda esa escoria, siempre aparece una loba im-pre-sio-nan-te. Los vagos, de a poco, junan su horario y van todos en ese rato, aunque haya que cambiar de trabajo. Cuando ella y su culo perfecto se retiran, el rendimiento del resto cae entre un 70 y 85%.
El que no se enteró: Franja que incluye a gente grande que parece que nunca fue a un gimnasio ni tuvo actividad deportiva, porque concurren con ropa no muy adecuada (chombas y bermudas de salir, a veces hasta zapatos) y perfumados hasta el orto. Buenos tipos, eso sí. Sufren como si estuvieran presos. Un día descubren que es mejor engordar. Verlos pasar morfándose un helado de cuatro bochas es como para un sorpre ver al guacho que logró hacer el túnel y escaparse.
El desesperado: El 90% va al gimnasio con la idea de levantarse algo (el porcentaje sube al 100 cuando aparece en escena La Deseada), pero el desesperado está en una situación límite. Tiene tanta leche acumulada encima, que si lo metieran en una bolsa al sol, se convertiría en poco tiempo en un inmenso queso holanda. Mira a las minas presentes con ojos de desquiciado, como si estuviera planeando violarlas en los próximos segundos. No perdona ni a las viejas, cuyas tetas descomunales admira en indiscreto silencio y con la boca entreabierta.
El chanta: Tipo (45 pa'rriba) conminado por su familia a hacer actividad física porque el médico le dijo que se está yendo al carajo. Su mujer y sus hijos lo llevan hasta la puerta del gym, y lo buscan al cabo de una hora. En el medio, él sólo hizo bíceps cada vez que levantó el vaso de agua.